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18 - 05 - 23, Castellón

Inauguración de la exposición Cambio de Paradigma, colección Juan Redón

Inauguración de la exposición Cambio de Paradigma, colección Juan Redón
La Sala Sant Miquel de la Fundació Caixa Castelló (Enmedio, 17. Castelló), inauguró el 17 de mayo la exposición CAMBIO DE PARADIGMA de la colección Juan Redón y que permanecerá hasta el 8 de julio de 2023.

Abierto de lunes a sábado de 17.30 a 20.30 h. Sábados también de 11.30 a 13.30 h.

CAMBIO DE PARADIGMA
es una exposición que resume algunos de los años más intensos en la colección Juan Redón. Abarca desde el año 1995 hasta el 2005.

En las palabras introductorias de Los años que fuimos Marilyn el escritor Juan Jesús Armas Marcelo recuerda que España, a partir de la euforia de las celebraciones del 1992, emprendió un cambio, no sólo político, hacia el futuro, hacia la modernidad del mundo, escapando de su tradicional cerrazón y proverbial turbulencia. Se convirtió en el escaparate del mundo civilizado, del universo de la imagen y la televisión, del espectáculo cultural y democrático. Por fin estaba situada en el mapa del mundo. Ya no era la “Cenicienta irredenta -e irredimible- de Europa. Ni -como había ocurrido hasta la celebración del quinto centenario de su descubrimiento- la madrastra secular de América, a la que nunca habíamos sabido entender”. Así, el país, anclado en un nominalismo cultural lleno de lagunas y errores, se llegó a creer que había alcanzado el destino universal, un país moderno y europeo, democrático y libre, que corría a la velocidad del AVE, al menos, en apariencia.

Estas son las ideas que cincelan incuestionablemente la última década del siglo XX en España. Cambio de paradigma muestra el trabajo de una generación de artistas que como es el caso de Miguel Trillo, Juan Pablo Ballester, Carles Congost, Alex Francés, Txomin Badiola, o Ángeles Agrela, entre otros artistas representados en la muestra, transformaron el arte español específicamente a través de la fotografía. Eran otra generación, moderna, competitiva, europea y universal, del lado del futuro. Una generación de artistas españoles, en una sociedad abierta, que se abría camino en la selva que representa el mundo contemporáneo para que España saliera, por fin, también a nivel artístico, del laberinto de la dictadura franquista y se incorporara al mundo moderno.

Se trata de una década ecléctica, que condujo a un creciente mestizaje de técnicas y lenguajes, en consonancia con otras manifestaciones de la producción artística contemporánea. La realidad fotográfica se fue haciendo cada vez más dependiente de la realidad artística y de los dictados del mercado convencional. Como indica Públio López Mondejar, la incertidumbre de la nueva fotografía tuvo mucho que ver con la propia confusión de este mercado, caracterizado por la perplejidad y el marasmo.

Consecuentemente, la diversificación de propuestas fotográficas fue ilimitada, provocando una creciente atomización. Los fotógrafos españoles transitaron por todo tipo de caminos sendas, desde los que recurrieron sólo tangencialmente a técnicas o soportes fotográficos, hasta los que, por el contrario, asumieron la dignidad del medio para practicar la fotografía pura. Los primeros emplearon todo tipo de procedimientos de intervención, desde la fotografía en sus diversas variantes, hasta las instalaciones, la fotografía pintada o la foto-escultura pasando por el quimigrama, el collage y otras técnicas mixtas -muchas de ellas tomadas de la pintura-, que convirtieron la cámara en un objeto perfectamente prescindible en el proceso de creación fotográfica.

Inauguración de la exposición Cambio de Paradigma, colección Juan Redón
De entre todos los artistas representados es Miguel Trillo el que aparece como un claro antecedente y referencia de algunos de los artistas expuestos. En el otro extremo, la obra de Christo Andrew es un buen ejemplo más actual del camino iniciado por la fotografía en aquellos años.

La colección que aquí se expone es un conmovedor, excitante y provocativo himno a la juventud, su atracción arrebatadora y su misterio. Si de vez en cuando aparece algún personaje canoso, ése es por lo menos “Young at heart”.

Juan Redón
(Puerto de Sagunto, 1957) es arquitecto y coleccionista. Obras de su Colección han estado depositadas durante años en Artium (Vitoria) en Foto Colectania (Barcelona) y en el IVAM (Valencia).

Las obras de su colección han sido expuestas en numerosas exposiciones nacionales e internacionales. Actualmente vive en Barcelona.

TEXTO CURATORIAL
Mariposas en el corcho


A los setenta años, algunos antes de obtener el premio Nobel de Literatura, Jaroslav Seifert publicó unas memorias que rebosan de vida, de alegría y de gratitud, aunque inevitablemente no faltan notas de la melancolía y nostalgia propias de la edad, que tituló “Toda la belleza del mundo”: las primeras palabras de un verso que creo era de su amigo y maestro Holan que dice: “Toda la belleza del mundo está en la juventud.”

¡Vaya declaración como título de unas memorias! En el instante de leer el verso (o el título) toda la verdad que contiene se hace explícita e indiscutible. Otras edades tienen otros atributos, desde luego, y hay, sin duda, una “juventud del corazón” que, como dice la famosa canción (“Young at Heart”) de Johnny Richards y Carolyn Leight, vale más que todos los tesoros del mundo. Y según afirma la canción ese tipo de inmadurez puede mantenerse hasta haber cumplido los ciento cinco años. Es un consuelo pensarlo.

Ciento cinco, ¡aunque ni uno más! Es imposible desearle a nadie que sea “Forever Young”, como propone el himno de Dylan, en el que desgrana, verso a verso, las condiciones para alcanzar tan arduo objetivo. Vale, vale como consuelo y como verdad sublime, trascendente, pero en cuanto a inmanencia física y orgánica la edad de la juventud es bastante más breve y su naturaleza es la fugacidad. Se diría que la fotografía, sea espontánea captación del instante o composición coreográfica cuidadosamente estudiada o encargada a un profesional (como es el caso de muchas de las imágenes de esta exposición: la fotografía considerada no como lenguaje personal de expresión sino como herramienta de un artista que no necesariamente ha de ser un virtuoso en el manejo de la cámara) sea el arte ideal para fijar esa fugacidad y recuperarla: pues siempre uno al contemplarla es inevitablemente consciente de su calidad de momento congelado, de su naturaleza de arte temporal.

La colección que aquí se expone es un conmovedor, excitante y provocativo himno a la juventud, su atracción arrebatadora y su misterio, y si de vez en cuando aparece algún personaje canoso, ése es por lo menos “Young at heart”.

Ahora bien, sostengo (o, más modestamente: “soy de la opinión”) que si la mejor manera de estar en el mundo es ser joven (aunque en el lapso en que uno lo es de verdad no suele notarlo, igual que somos muy conscientes de la enfermedad cuando la padecemos, pero no nos damos cuenta de que gozamos de salud), la segunda mejor manera es la combinación de inteligencia, sensibilidad y cultura, tres potencias que, sumadas, son casi capaces de “atrapar” o imitar aquella época vital.

Entiendo perfectamente la pasión vicaria de Juan Redón, el coleccionista y propietario de estas imágenes sensacionales que fue no sólo coleccionando a lo largo de los años, sino en muchos casos participando, colaborando de forma decisiva en la misma posibilidad de su existencia, como discreto mecenas: ya fuese sencillamente financiando la producción de la obra, ya estableciendo fructíferos contactos de interés mutuo entre profesionales, artistas, aficionados y galeristas. Es envidiable que -además de ser probablemente “Young at Heart”- haya estado tan cerca del momento decisivo de la creación y al final de todos estos variados procesos tenga en su propia casa, en su propia vida, estas potentes imágenes, ahora expuestas a nuestra curiosidad: lo más parecido a una mariposa viva es una mariposa clavada con un alfiler al corcho.

Procedente de Madrid, donde había estudiado la carrera de Arquitectura y donde tuvo ocasión de asistir y de vivir la Transición y la Movida, Redón llegó a Barcelona en el año 84, y en su ciudad de destino tuvo la suerte de vivir la época de la transformación olímpica. Aquellos años previos a la apoteosis fueron fundamentales para que Barcelona aprovechase la energía generada por las Olimpiadas. La ciudad aún no se había contraído en relatos de un romanticismo decimonónico: mantenía el espíritu cosmopolita de los “años buenos” del alcalde Maragall y era un lugar de encuentro y acogida para mucha gente creativa que eligió la ciudad como el lugar en el que “había que estar”. En torno al nuevo museo de arte contemporáneo se instalaron varias prometedoras galerías y comunidades artísticas donde Redón, siguiendo el ejemplo de algunos clientes que habían requerido sus servicios profesionales para adaptar pisos y espacios para instalar sus propias colecciones, empezó a adquirir obras, a configurar, entre otras colecciones, una de carácter homoerótico y de gusto personalísimo, de la que en el espacio de la Fundación Caja Castellón podemos ver una cuidada selección.

Esta exposición se despliega alrededor de la jerarquía superior de las imágenes de Miguel Trillo, que al fin y al cabo es el “padre” de varios de los artistas, más jóvenes, que figuran en ella, y que nos presentan imágenes más “construidas” y que a primera vista pueden parecer o ser quizá más impactantes. (¿Hace falta decir que esta “jerarquización” es subjetiva y conscientemente arbitraria, entre otros motivos porque cuando varios artistas llegan a cierto nivel de calidad es absurdo pretender establecer preeminencias entre ellos? Ninguno es mejor ni peor. Cada uno sencillamente “es” o “no es”).

Pero es que yo tengo una vinculación particular con Trillo, aunque sólo muy brevemente he podido hablar con él, precisamente en aquella época en que Redón empezaba a configurar su colección, mediados los noventa, no recuerdo con motivo de la exposición colectiva “Archivo universal” en el MACBA. Llevaba tiempo admirando su trabajo. Trillo, junto con García Alix y Ouka Leele, fue “el” fotógrafo de la “Movida”, un momento excepcional y transformador de la vida juvenil y creativa madrileña, y sus fotos eran, de ellos tres, las que más me atraían por una cualidad de acercamiento “natural”, directo, y no especialmente elaborado o “artístico” a sus modelos y a su tema. Desde aquellos tiempos había corrido bajo los puentes mucha agua –y muchas otras cosas--. Adicto y "víctima" de aquellos años, no los recordaba tanto por las obras, los grupos musicales o los talentos en diferentes lenguajes creativos que emergieron al rebufo de aquel espíritu de los tiempos desinhibido y rompedor, por las canciones inolvidables, por la vuelta que le dieron al imaginario español como a un calcetín, o por los colegas fulminados por las drogas y las enfermedades, como por la atmósfera de libertad que se respiraba: Franco había muerto dos años antes, empezaron a derogarse leyes como la de Peligrosidad Social y la de Vagos y Maleantes, y en aquel vacío legal "la calle se convirtió en un plató maravilloso".

En el año 1994 Trillo se fue a vivir a Barcelona. Cada mañana tomaba el tren a Barberà del Vallès, donde trabajaba como profesor de castellano en un instituto público. En Barcelona también rastreó, a la salida de conciertos, fiestas y festivales, las huellas de una “internacional juvenil” relacionada con la “música con actitud” (punk, rap, heavy), cuyos signos ha percibido (y documentado en los lugares más inverosímiles y perdidos de España y Portugal, y que asoman siempre entre las rejas de lo identitario, lo localista, las raíces, las tradiciones.)

Un golpe de suerte, la ayuda de un centro público, le permitió la rara suerte de fortuna de volver a ser joven: volver a ser el fotógrafo de la Movida, pero de la movida de ciudades asiáticas: Pekín, Seúl, Manila y otras megalópolis en la órbita de Tokio:

“¡Es como si hubiera vuelto a los años setenta!”–me dijo--. En estas ciudades a las que ahora viajo, el rock, debido al peso tan grande de las religiones, es diabólico y en general la cultura moderna es underground, pero asoma una generación nueva que habla de un mundo sin fronteras ni religiones. Ir a Manila es como volver a Rock-Ola, y allí llevo mi modesta militancia... que es un deseo de libertad”.

Recuerdo que estábamos mirando sus fotos en la pared del museo. En una de ellas se veía a una pareja de rockabillies muy disfrazados con su chupa y su tupé, e hice un comentario paternalista. Trillo rápidamente los defendió: “Bueno, son felices”. Yo dije: “Pues no creo que sean muy felices”. Pues, como en la mayoría de las imágenes de esta exposición, les envolvía un aire de silencio, de espera a quién sabe qué, algo seguramente relacionado con el anhelo, con la llegada de lo imprevisto. Entonces él dijo: "Bueno, pero cuando lo recuerden luego, entonces sí pensarán que lo fueron".

Conmovedor señor Trillo, volviendo hacia el origen, hacia el Este, recorriendo el mundo en busca de la resurrección de ese elixir particular. Acaso le hubiera resultado menos trabajoso esperar un poco y venir a ver esta exposición: contemplar las fotos del siempre divertido y refinado, suavemente irónico Carles Congost; las imágenes de silencio enigmático, ligeramente sonriente, quizá vacío de ideas, expectante, de los modelos de Paco y Manolo; muy parecido al de los David Trullo, los de Pierre Gonnord, es el silencio de los juegos de todos los artistas de la exposición, entre la proximidad y la distancia, con las máscaras, los antifaces, los disfraces que realzan y pervierten la desnudez. Como Redón y Trillo saben, y como nosotros sabemos también, las efímeras y preciosas mariposas, aunque estén ya clavadas en el corcho siguen siendo mariposas.

Fuente: Fundación Caja Castellón

Fotografía: Pepe Lorite

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