La exposición “Hernández Pijuan. Espai Acotat. 1967-2005” en el Museo de Bellas Artes de Castellón quiere acercar al público un amplio recorrido por la trayectoria de un pintor de espacios silenciosos, que supo crear un mundo propio pero reconocible por todos los amantes de la pintura.
La obra de Hernández Pijuan nos habla en un lenguaje universal que parte de un reducido mundo. Un paisaje en la memoria con unos signos dibujados en ocasiones sobre el óleo, donde el pintor encontró, en su blanda textura, la sensualidad necesaria para trasmitirnos esos espacios acotados a los que hace referencia el título de la presente muestra.
También en sus trabajos con guache sobre papel nos traslada a los campos de Folquer, a los surcos arados, a la encina centenaria, a la morera y a la Casa Gran, pues para Hernández Pijuan el soporte sobre papel tenía la misma importancia que las telas.
La observación de las cuarenta y dos obras que nos presenta la Diputación de Castellón son un ejemplo más de la apuesta de esta entidad por adentrarnos en el arte contemporáneo español a través de uno de nuestros pintores más internacional, cuyo quehacer se ha mostrado de manera individual en más de trescientas ocasiones, y cuya obra está presente en más de ochenta museos y colecciones públicas de todo el mundo.
Tal como ha escrito D. José Martí García, Presidente de la Diputación, Joan Hernández Pijuan estuvo estrechamente ligado a nuestras queridas tierras del Maestrazgo, donde su padre, de origen aragonés, fue maestro de escuela a principios del siglo XX. Él supo transmitir a su hijo la pasión por los campos de cereal y sus carrascas esparcidas en un monte bajo, tan característicos de estas latitudes mediterráneas. El pintor de espacios silenciosos y sensibles también supo transmitir la memoria del paisaje del Maestrazgo a su familia, que hoy en día sigue recordando los viajes realizados por esos parajes de enebro bajo, plantas aromáticas silvestres y páramos calcáreos. Como escribió Hernández Pijuan, los suyos han sabido mantener La memoria de los paisajes sobrios y duros, y hermosos por esta misma sobriedad.
Hernández Pijuan (Barcelona, 1931-2005) tras finalizar en 1956 sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de Sant Jordi de Barcelona, viajó a París, viviendo de cerca el arte informal. De vuelta a Barcelona en 1958, su obra adquiere un caracter gestual con predominio de los colores negro y blanco. A medidos de los años sesenta, y gracias a los conocimientos que sobre el grabado había adquirido en la École des Beaux-Arts, estampó cinco litografías para Gustavo Gili. En su pintura la preocupación por el espacio vacio era cada vez mayor, creando unas superficies donde situaba cotidianos elementos como el huevo, la copa o las tijeras.
En 1972 Hernández Pijuan realizó obras con espacios milimetrados con la presencia de la regla como elemento que preside la composición.
En 1974 comenzó la serie “Acotacions”, obras monocromas de texturas inspiradas en los paisajes de la población de Folquer, vistos a través de una pequeña ventana de su estudio que daba a la Sierra de Comiols. En 1976 estampó “Proyectos para un paisaje”, editada por Grupo 15, y diez aguafuertes y aguatintas para La Polígrafa, donde el color es capaz de crear una atmósfera cálida y profunda, lo que también se produce en el aguafuerte y aguatinta “Doble paisatge”, de 1977 y editado por Pere Puiggros en Taller 74.
En el verano de 1980, en su estudio de la Casa Gran de Folquer, realizó el “Tríptic de Montargull”, un paisaje de luz intensa y vibrante que nos traslada a los campos de cereales en la Noguera. Entró a formar parte del profesorado de la Escuela Superior de Bellas Artes de Sant Jordi, y un año más tarde se le concedió el Premio Nacional de Artes Plásticas.
A partir de 1982 comenzó una nueva etapa, donde su preocupación fue la disposición del color sobre el soporte, y donde fijó su atención en pequeños elementos de la naturaleza. Estas composiciones, realizadas con un gesto contenido, están englobadas bajo el nombre de “Buguanvíl·lies”. Son años donde la familia Hernández-Maluquer pasó parte de los veranos en la población mallorquina de Son Servera. Los tonos azules y violetas nos recuerdan las plantas y flores que el pintor veía a diario en esta localidad del noreste de Mallorca. En estos mismos años desplazó su estudio de Folquer a una de las plantas inferiores de la Casa Gran, donde ya no le era posible observar el paisaje. Desde este nuevo emplazamiento nos habló de la memoria de un paisaje, sintetizado en signos. La malla, la morera, el cerezo, el ciprés, los caminos, o las nubes son sus referentes. Y el Iris de Pascua, su serie pictórica más íntima.
Con la llegada de los noventa, el pintor silencioso y de silencios trabajó sobre grandes superficies y sin apenas elementos iconográficos. A partir de una masa central de óleo y esmaltes industriales, esparcía la materia y la modulaba sobre la tela, dejando zonas muy densas en el centro, y en los bordes del lienzo otras sin apenas textura. La luz y la oscuridad se disputan el espacio ocupado y el vacío. Toda esta superficie es surcada por líneas que se entrecruzan a modo de malla metálica o de caminos encontrados, signos que el pintor dibuja sobre la tela o el papel. Los colores utilizados son variados, intensos y elegantes, en una gama que va desde el blanco al verde o rosa, para terminar en el negro. Durante esta década es nombrado decano de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Barcelona, y en el año 2000 miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid.
La memoria del paisaje dominó en su trabajo hasta el final de sus días, siendo imposible desligarla de las comarcas de la Noguera y la Segarra, la primera vinculada a su mujer Elvira, la segunda a su madre.
En 2005, año de su fallecimiento, recibió el Premio Nacional de Arte Gráfico.
Fuente: comisario de la exposición Javier B. Martín
La finalidad de vivecastellon.com es contar lo que sucede en Castellón y provincia a través de las imágenes. Si desea realizar alguna observación o reparo sobre las mismas, envíe un correo a info@vivecastellon.com