» Réquiem, exposición de David Marqués en Benicàssim
La Sala de Exposiciones del Teatre Municipal de acoge hasta el 15 de octubre el “Premio Nounat” de David Marqués, dentro del marco de la muestra de arte de Benicàssim, MABE. “Entonces vi un pájaro negro, hermoso. No, <
> es pleonasmo, sobra. Todos los animales son hermosos. Éste es un cuervo, un pájaro negro de alma blanca que tiene el don de la palabra. Y ahora me está diciendo: <> […] En el pasaje desolado de los árboles sin hojas del invierno y las tumbas con cruces silenciosas que a mí por lo demás nunca me han dicho nada, una bandada de cuervos rompió a volar, cantándole a la incierta vida por sobre la segura muerte. ¿Qué me dicen sus graznidos y su vuelo? Ya sé. Los cuervos dicen su nombre, dicen su nombre. Uno se separó de la bandada y se posó sobre una tumba, la más humilde, y me dio un vuelco el corazón: había llegado. Al acercarme a la tumba el cuervo, sin mirarme, levantó el vuelo. En ese instante recordé el poema de Poe que decía <>. Los cuervos parecen muchos pero no, son uno solo, eterno, que se repite.”
Fernando Vallejo
Jibarizados por una desmesurada avaricia y metamorfoseados ya en un enjambre de hambrientos insectos pegados al dorado característico de la valiosa miel, existimos con la única finalidad de ser aplastados contra una pared nívea, pulcra y eterna por una mano inmunda y llena de odio, cuyos dedos se prolongan por encima de la moralidad para dirigir la función de un teatro universal de títeres al que nos tienen acostumbrados. La estulticia y el silencio –de muerte en vida-, convertidos en sus armas más preciadas, transmutan la realidad del arte en un simple juego de triviales normas agraciado por un cacareo necesario para su credibilidad. El olvido, requisito indispensable sin el cual el funcionamiento del jocoso engranaje no sería posible, se extiende sin piedad bajo un manto literario que, en cierto modo, resulta atractivo y divertido, bien por su naturaleza intrínseca, o tal vez por inducirnos indirectamente a un cuestionamiento lógico de la esencia contemporánea del arte que, tras la decepción generalizada de la Posmodernidad y despojado ya de cualquier ideal u objetivo, podría tener como fin en sí mismo el propio juego plástico o conceptual, lo cual me provoca una desazón constante por temor a estar equivocado al no compartir esa finalidad.
Cada noche sueño que soy diminuto, una elegante sombra alada planea sobre mi cabeza y sus gritos, que penetran en mis oídos sin pedir permiso, se me presentan como una aleación de infinitas voces y graznidos que parecen brotar de una misma garganta, gaznate silenciado durante demasiado tiempo que aprovecha un intersticio nocturno para arrojar todo un contenido indescifrable, aligerando así aparentemente su peso a soportar. Desciende la bestia sus garras y, tras una intensa sacudida, el miedo se apodera de mi ser al abandonar mis pies su única función de soporte. Todo parece empequeñecer y siempre trato, sin éxito, de cuestionar al animal. Su afilado pico se entreabre, vomitando nombres y más nombres a la par que eleva cada vez con mayor ímpetu mi ridículo cuerpo -sin esfuerzo alguno- sobre todo lo que siempre he conocido. Es entonces cuando una especie de ruido visual se hace reconocible ante mis ojos en la lejanía, son los invertebrados revolcándose en la miel, arrastrándose en una eterna lucha cuyo fin resulta únicamente material, por ser, quizás, víctimas del tiempo y las circunstancias que les ha tocado vivir, por sucumbir a esa amnesia colectiva y selectiva que tantos placeres promete y cuya finalidad es la de crear un ejército de seres decapitados, obviando el sufrimiento de quienes realmente mantienen o han mantenido una coherencia integral. Por omisión y entre tanta alocución verbal se hace evidente el único discurso válido en el género pictórico, que recibe una calificación homónima. Es entonces cuando el silencio se apodera de la situación y únicamente los vestigios de aquellos nombres recitados -convertidos hoy en llantos- que hacen eco en mi cabeza cada noche, permanecen intactos tras mi severa caída a tierra firme, todos ellos enterrados bajo un epitafio que reza:
“Concession à perpétuité”.
David Marqués
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